jueves, 19 de agosto de 2021

 



Yo guardo la fe,

tu encuentra el milagro. 

1 comentario:

  1. El Golem
    Si (como afirma el griego en el Cratilo)
    el nombre es arquetipo de la cosa
    en las letras de rosa está la rosa
    y todo el Nilo en la palabra Nilo.

    Y, hecho de consonantes y vocales,
    habrá un terrible Nombre, que la esencia
    cifre de Dios y que la Omnipotencia
    guarde en letras y sílabas cabales.

    Adán y las estrellas lo supieron
    en el Jardín. La herrumbre del pecado
    (dicen los cabalistas) lo ha borrado
    y las generaciones lo perdieron.

    Los artificios y el candor del hombre
    no tienen fin. Sabemos que hubo un día
    en que el pueblo de Dios buscaba el Nombre
    en las vigilias de la judería.

    No a la manera de otras que una vaga
    sombra insinúan en la vaga historia,
    aún está verde y viva la memoria
    de Judá León, que era rabino en Praga.

    Sediento de saber lo que Dios sabe,
    Judá León se dio a permutaciones
    de letras y a complejas variaciones
    y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,

    la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,
    sobre un muñeco que con torpes manos
    labró, para enseñarle los arcanos
    de las Letras, del Tiempo y del Espacio.

    El simulacro alzó los soñolientos
    párpados y vio formas y colores
    que no entendió, perdidos en rumores
    y ensayó temerosos movimientos.

    Gradualmente se vio (como nosotros)
    aprisionado en esta red sonora
    de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,
    Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.

    (El cabalista que ofició de numen
    a la vasta criatura apodó Golem;
    estas verdades las refiere (((Scholem)))
    en un docto lugar de su volumen.)

    El rabí le explicaba el universo
    “Esto es mi pie; esto el tuyo, esto la soga”.
    Y logró, al cabo de años, que el perverso
    barriera bien o mal la sinagoga.

    Tal vez hubo un error en la grafía
    o en la articulación del Sacro Nombre;
    a pesar de tan alta hechicería,
    no aprendió a hablar el aprendiz de hombre.

    Sus ojos, menos de hombre que de perro
    y harto menos de perro que de cosa,
    seguían al rabí por la dudosa
    penumbra de las piezas del encierro.

    Algo anormal y tosco hubo en el Golem,
    ya que a su paso el gato del rabino
    se escondía. (Ese gato no está en (((Scholem)))
    pero, a través del tiempo, lo adivino.)

    Elevando a su Dios manos filiales,
    las devociones de su Dios copiaba
    o, estúpido y sonriente, se ahuecaba
    en cóncavas zalemas orientales.

    El rabí lo miraba con ternura
    y con algún horror. “¿Cómo” (se dijo)
    “pude engendrar este penoso hijo
    y la inacción dejé, que es la cordura?”.

    “¿Por qué di en agregar a la infinita
    serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana
    madeja que en lo eterno se devana,
    di otra causa, otro efecto y otra cuita?”.

    En la hora de angustia y de luz vaga,
    en su Golem los ojos detenía.
    ¿Quién nos dirá las cosas que sentía
    Dios, al mirar a su rabino en Praga?

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